Anoche soñé en blanco y negro. Un sueño conocido, que parecía más bien un recuerdo viviendo en mi memoria.Un cuarto iluminado, de cortinas gastadas y muebles diminutos como de casa de muñecas, cobijaba en su interior una niña de largos cabellos, flequillo corto que caía desordenado sobre la frente, y un cuerpo pequeño y frágil. De fondo sonaba la voz de una mujer cantando una canción en japonés. Una canción de cuna que emanaba de unos desvencijados parlantes dispuestos sobre el techo de la habitación. La niña guiñaba un ojo y contraía la cara en una mueca que parecía una sonrisa. Sostenía entre sus manos un pañuelo de seda, que enrollaba en su cuello sistemáticamente, sin prestar atención. La canción terminaba y comenzaba una y otra vez, y la niña absorta en su ritual desconocido parecía no darse cuenta de que el pañuelo comprimía cada vez más su delgado cuello de porcelana. Tampoco parecía saber que una mano invisible sostenía la punta más larga del pañuelo en el aire, por sobre su cabeza, y continuó enrollándolo alrededor de su cuello pausada y serenamente. Sonrió una vez más, con esa mueca dolorosa, notando apenas sus pies elevarse a pocos metros del suelo, balanceándose en círculos sobre el cuarto, sus ojos se fijaron en el vacío, el flequillo se crispó sobre su frente. La voz de la mujer a través de los parlantes parecía llorar.
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