Tango
En el cielo excesivamente ornamentado del salón se dibuja una pequeña grieta, apenas perceptible; imaginaria, tiendo a pensar. Esa grieta se parece a la sonrisa dibujada en tu rostro, la curvatura delicada, las comisuras volátiles. El rosa pálido cubierto por un lápiz labial bermellón fiesta. Te sigo por todo el lugar apenas desvaneciéndome un poco entre las sombras y la luz de la lamparilla que adorna tu mesa. Me detengo y te observo con el corazón sumido en un desesperante latido nervioso que me vuelve una desencajada criatura en busca de valor. Me acerco, me alejo, temo el tropiezo y huyo a la sombra. Las parejas se dirigen a la pista y sé que el universo desaparecerá después de este baile, que me extinguiré de la vida. Se que la ciudad apagará sus luces y neones que recuerdan épocas pasadas, que la comida se volverá sólo una masa informe en la basura, que la música se habrá perdido para siempre. Sé que después de este baile yo misma no seré más que un recuerdo, una anécdota en una ciudad llena de gente. El tango comienza y te aprieto con temor la cintura, soy torpe, de piernas pequeñas y mi paso se pierde entre el sonido del bandoneón. La voz del cantante, la música, el sonido mudo de la tela en movimiento, los tacones de las mujeres, todo se funde en un enorme rumor que se parece al viento corriendo sobre la ciudad. Un sonido ajustado y efímero que, sin embargo, llena el salón por completo.Buenos Aires nos ama, me susurras al oído, o eso creo escuchar. Y sosteniendo el aliento me es imposible pensar en qué responderte, sólo logro cerrar los ojos, apretarte más fuerte y creer que es cierto.
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